RECOMENDAMOS ........

DESDE EL PODER EVOCADOR DE LAS IMÁGENES, y el lenguaje directo e inmediato del cómic se presenta un atractivo modo de acercar a nuestros jóvenes a la fé cristiana.

En el silencio de la lectura, de modo muy sugestivo, el lector se encuentra con Dios.

Jesús de Nazaret Ed. San Pablo. 2008



El ilustrador del cómic, Alessandro Borroni expresa: " quiero dar las gracias al cómic, que ha puesto en mis manos el instrumento con el que expresar .... mi esencia ".

LA ESCUELA COMO PUNTO DE ENCUENTRO


La lectura del artículo titulado “La escuela como punto de encuentro”, publicada por Manuel de Castro, Secretario General de Escuelas Católicas en el blog de periodistadigital, podría resumirse en que los Centros Católicos son actualmente punto de encuentro entre el carácter propio del Centro y la laicidad latente y que esta situación conllevaría como mejor salida posible la “aceptación de las diferencias, valorándolas como positivas, y la convivencia, aprendiendo ante todo a ser personas y ciudadanos.”

Sin embargo, el ideario-carácter propio católico – de los centros educativos de la Iglesia se ha caracterizado desde sus orígenes por el afán evangelizador, enraizado en las propias palabras de Jesucristo, no en una acomodaticia aceptación de las diferencias. El respeto a las diversas opciones personales se está confundiendo, en no pocos casos, con la aceptación de una supuesta validez de todos los planteamientos morales en pie de igualdad, lo que se está transmitiendo así a nuestros jóvenes, encontrándonos de lleno con uno de los más graves errores que han acampando en nuestro siglo: el relativismo moral, el respeto a la persona identificado como aceptación de todas las opciones morales considerándolas igualmente válidas. Sin embargo, la identidad católica consiste en clarificar siempre, corregir con caridad pero sin componendas, y proponer, sin imponer, toda la grandeza y coherencia de la vida orientada a Cristo.

Es cierto que muchos ideólogos de buena voluntad buscan hoy día argumentos para forjar la base de una moral común para la convivencia. Este aparentemente loable intento contrasta claramente con la fuerza con que Jesús califica las conductas de los hombres de todos los tiempos, llamando a las cosas por su nombre y quejándose de aquellos que tienen responsabilidades sobre los demás pero rehúsan ejercerlas dejando desamparados así a los que a ellos están confiados. Esas frases están en el Evangelio. Se pueden recordar. Por ello, lo que en el artículo mencionado se define como temas “especialmente confesionales”, quizás sean, en realidad, los más difíciles de hacerse aceptar debido a la deriva ética de la sociedad y, por tanto, los más necesarios de enfatizar y de aclarar en una institución cristiana, en vez de ser silenciados, como parece proponerse.

Las escuelas católicas deberían ser, efectivamente, un medio de ayuda para ser mejores personas pero - sobre todo- para ser mejores cristianos. Si no sirven para este fin habría que irse planteando el cerrarlas o dejar de llamarlas cristianas. Si se consideran únicamente como un lugar de encuentro en el que la moral y la vivencia católicas ocupan un puesto secundario, de fachada, quedará sólo un humanismo vacuo, una ONG con una crucecita en el logo y poco más, cómoda en y para el mundo, y perfectamente intercambiable por muchas, por tanto prescindible.

¿No estamos ante una “Emergencia Educativa”, como suele decir Benedicto XVI?: nuestros jóvenes cada vez tienen menos formación religiosa y, en poco tiempo, entrar en una Catedral será similar a entrar en un templo pagano, desconocen el valor de la vocación al amor a través del matrimonio, no crecen valorando la presencia de Cristo en la Eucaristía, como centro de su vida. Si los padres, estadísticamente, eligen en su mayoría la educación católica para sus hijos están indicando que confían en estos ideales y los quieren para sus hijos. Si las Escuelas Católicas responden a este reto educativo con una tímida propuesta, simplemente aceptando las diferencias para ser “buenos ciudadanos” nuestros jóvenes (con la aceptación del adulterio, el aborto, la diversidad sexual, el rechazo a tener hijos, la despersonalización del botellón…), seguirán sin entender esos puntos que ahora menos se entienden.

No hagamos demagogia. No es la cultura del enfrentamiento como el autor lo define, lo que aquí se está debatiendo. Se trata de promover la cultura de las propuestas, que va más allá del simple aprender a convivir. Si la sal se vuelve sosa…